This article was originally published in The Notebook. In August 2020, The Notebook became Chalkbeat Philadelphia.
Desde la primavera de 2013, Roy Wade ha visto desde tres perspectivas el impacto que tienen las experiencias traumáticas en los niños y adultos de las comunidades urbanas de bajos ingresos.
Una de esas perspectivas proviene de su oficina de investigación en el Hospital del Niño de Filadelfia, ubicada a una altura de 13 pisos sobre la Calle Market. La segunda, de su oficina de pediatría en la sección Cobbs Creek del oeste de Filadelfia. Y la tercera, de sus visitas en la comunidad a lugares como los Boys’ and Girls’ Clubs, YMCAs, centros de salud, refugios para personas sin hogar, clínicas de atención primaria y organizaciones de salud conductual.
La meta de Wade y otros investigadores del Hospital del Niño (CHOP, por sus siglas en inglés) ha sido incorporar las voces de la juventud urbana actual, que nunca antes habían sido escuchadas, en el estudio original titulado Adverse Childhood Experiences (experiencias adversas en la niñez), un estudio histórico en el 1998 que examinó los efectos de una experiencia traumática en la niñez. Los investigadores esperan que el énfasis en escuchar a los jóvenes resultará en mejores intervenciones conductuales.
“Yo quería entender lo que sus experiencias adversas en la niñez significaron para ellos”, dijo Wade. “Yo quería hablar su lenguaje de trauma”.
Lo que él encontró es que el lenguaje usado por los jóvenes para describir sus experiencias traumáticas era fuerte, emocional y a veces gráfico. En un artículo de la revista Pediatrics, publicada por Wade y sus compañeros investigadores, un joven dijo “Yo vi a mis primas siendo violadas por tíos que eran adictos a drogas. … Literalmente, si te despertabas en medio de la noche, daba miedo bajar las escaleras porque tus tíos les estaban haciendo quién sabe qué a tus primas”.
Otro dijo “había tiroteos todas las noches; tantos que los niños no podían jugar afuera. Tú te levantabas en la mañana y encontrabas que alguien de la familia de tu amigo había muerto”.
Experiencias adversas en la niñez
El estudio de experiencias adversas en la niñez nació muy lejos de las calles de Filadelfia; empezó en una clínica de obesidad en San Diego, California.
Allí, el médico Vincent Felitti quería saber por qué muchas mujeres abandonaban los programas para perder peso. En muchos casos, descubrió, se debía a que todavía estaban procesando los traumas de su niñez, y estos a menudo eran abuso sexual.
A él y a Robert Anda (otro investigador) les pareció fascinante la frecuencia de las experiencias traumáticas, y diseñaron un cuestionario en el que se les preguntaba a las personas si habían tenido experiencias adversas durante la niñez, entre ellas abuso físico, sexual o emocional, descuido físico o emocional, haber sido testigo de violencia doméstica en el hogar, o vivir con una persona drogadicta, mentalmente enferma, o que estuvo presa. Estos se convirtieron en los indicadores del estudio original sobre las experiencias adversas en la niñez.
Este primer estudio de experiencias adversas en el 1998 fue un esfuerzo conjunto de Kaiser Permanente Health Systems y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
Los investigadores entrevistaron a más de 17,000 participantes de planes médicos HMO de Kaiser Permanente en el sur de California. Los resultados sorprendieron a la comunidad de salud pública, al menos en parte porque los sujetos fueron mayormente personas blancas de clase media.
Aproximadamente dos terceras partes de los adultos del estudio habían experimentado uno o más de los indicadores de una experiencia adversa en la niñez. El ochenta y siete por ciento de estas personas había tenido dos o más experiencias adversas en la niñez y también tenían más probabilidad de presentar problemas médicos, mentales o sociales como adultos.
Los resultados también sorprendieron a educadores e investigadores, quienes contendieron que si esto era cierto de los sujetos de Kaiser, tendría que ser aún más frecuente en las poblaciones urbanas de pocos ingresos.
Sandra Bloom, profesora de salud pública de la Drexel University y experta en traumas de la niñez reconocida nacionalmente, dice que el estudio de 1998 fue la clave del desarrollo de educación con información sobre traumas, en la cual el trato hacia los estudiantes con problemas cambia de “¿Qué pasa contigo?” a “¿Qué te pasó?” y “¿Cómo podemos ayudarte?”
El estudio, dijo Bloom, “se enfocó realmente en la niñez y en lo que les está pasando a los niños”.
Durante la década siguiente y más, el estudio de 1998 fue replicado en otras áreas, incluyendo a Filadelfia, donde el Institute for Safe Families hizo un contrato con la Corporación de Administración de Salud Pública para hacer un estudio entre los adultos de la ciudad con respecto a sus experiencias en la niñez.
Ese estudio, conducido a finales de 2012 y principios de 2013, agregó cinco nuevos indicadores de una experiencia adversa en la niñez en un ambiente urbano: ser víctima de racismo; ser testigo de violencia; vivir en un área peligrosa; vivir en un hogar de crianza (foster care) y ser víctima de intimidación o acoso (bullying).
El estudio demostró que el 68 por ciento de los adultos habían experimentado al menos uno de los indicadores originales. Cuando se agregaron los cinco indicadores urbanos, la incidencia subió a un 81 por ciento.
Aproximadamente un tercio había experimentado abuso físico o emocional, y más del 40 por ciento habían sido testigos de violencia. Uno de cada cuatro vivía con una persona con enfermedad mental.
Para algunos de los que trabajan en el Distrito Escolar de Filadelfia, los hallazgos del estudio no son muy sorprendentes. Durante una clase sobre métodos de educación que toman en cuenta la información de experiencias traumáticas, la orientadora bilingüe de la Escuela Superior Lincoln Marie Acevedo levantó la mirada de una lista de eventos traumáticos en su cuaderno de trabajo y dijo, en parte bromeando, “Toda la gente en mi vida cumple una de estas condiciones”.
Próximos pasos
Con la publicación del estudio de ACE de Filadelfia, el Institute for Safe Families hizo un llamado para tener estudios adicionales a fin de “entender el impacto de las experiencias adversas en un entorno urbano”. En este momento fue que Wade y sus compañeros empezaron a trabajar.
Wade dijo que a menudo un padre trae a su hijo a la oficina y dice algo como “la maestra dice que John tiene ADHD, y que no lo puedo enviar a la escuela otra vez hasta que esté tomando medicamentos.”
Después de varias preguntas, Wade determina que el niño no tiene déficit de atención ni trastorno de hiperactividad, sino que ha sufrido una experiencia traumática.
“Yo puedo darle todo el Ritalin que quiera al niño”, dijo Wade en una entrevista, “pero si no identifico los antecedentes de su conducta, el resultado no va a ser distinto”.
El CDC ha estado incorporando preguntas sobre traumas en sus estudios nacionales desde el 2009. Pero Wade ha estado buscando maneras para afinar las preguntas y que sean más relevantes para las experiencias de los niños en comunidades urbanas. A él le gustaría que este tipo de preguntas llegue a ser tan ampliamente aceptado que se incorpore en la práctica estándar de los pediatras y los proveedores de salud conductual.
“Nuestra meta es crear una medida de las experiencias adversas que corresponda a las experiencias que los niños tienen”, dijo Wade, quien creció en Atlanta y recuerda cuando acompañaba a su papá, un ministro bautista, a visitar a los enfermos.
Fue allí, dice, que por primera vez se dio cuenta del estrés de la pobreza y sus efectos en la salud.
En un estudio que hizo en Filadelfia en 2013, los investigadores colaboraron con organizaciones de servicio social y condujeron grupos de enfoque. En estos grupos se entrevistaron 119 personas entre 18 y 26 años que crecieron en vecindarios donde al menos el 20 por ciento de los residentes vivía al nivel o por debajo del nivel de pobreza federal.
Los factores de estrés más comunes que encontraron incluyeron crimen y violencia en el vecindario, maltrato de niños, dificultad económica y una falta de amor y apoyo en la familia.
Los factores de estrés financieros fueron mucho más enfatizados en la muestra del estudio original de experiencias adversas en la niñez, lo cual no es sorpresa. Un joven dijo que “lo más difícil fue ver cómo mi mamá tenía dificultad” para comprar comida y pagar las facturas de los servicios públicos básicos.
El proyecto actual de Wade, que está siendo apoyado por la Stoneleigh Foundation, incluye entrevistar a organizaciones de atención médica y servicio social y a niños desde 8 años de edad a fin de refinar el cuestionario y hacerlo más útil para los pediatras y otros profesionales que trabajan con niños.
Él también espera trabajar más para explorar la relación entre las experiencias adversas y el estatus socioeconómico y tratar esos traumas como un problema de familia, para así alentar a los padres a obtener ayuda cuando la necesiten.
“Lo que sabemos es que las experiencias adversas en la niñez se propagan por sí mismas”, dijo. Por otro lado, dijo, “es posible que los padres mejoren sus estilos de vida porque sería beneficioso para los niños”.
Y los resultados que él está buscando van más allá de los datos de investigación; a él le interesa saber lo que esto puede significar para los jóvenes en áreas urbanas.
“Yo quiero verlos superar sus experiencias y lograr su verdadero potencial”.
Indicadores de una experiencia adversa en la niñez
Indicadores originales
• Ser víctima de maltrato físico
• Ser víctima de abuso sexual
• Ser víctima de maltrato emocional
• Sufrir descuido físico
• Sufrir descuido emocional
• Ser testigo de violencia doméstica en el hogar
• Vivir con un adicto a substancias
• Vivir con alguien con enfermedad mental
• Vivir con alguien que estuvo preso o que va a ir a la cárcel
Indicadores adicionales de una experiencia adversa en la niñez en áreas urbanas
• Ser víctima de racismo
• Ser testigo de violencia
• Vivir en un área peligrosa
• Vivir en un hogar de crianza (foster care)
• Ser víctima de intimidación o acoso (bullying)