This article was originally published in The Notebook. In August 2020, The Notebook became Chalkbeat Philadelphia.
Después de graduarse de la Neumann University el año pasado, Brooke Monaghan hizo su práctica docente en la Escuela Intermedia Haverford, donde ella misma había sido estudiante.
A ella le gustaba la escuela pero quería que su primer trabajo fuera diferente. “Ví que en una escuela intermedia grande los estudiantes pueden sentirse apenados”, dijo.
Por eso Monaghan se fue a una escuela lo más diferente posible a Haverford en el ambiente educativo del área: la escuela acelerada Ombudsman South, ubicada en lo que antes era una tienda de un mall en el sur de Filadelfia.
La escuela es una de 13 en Filadelfia que aceptan estudiantes mayores de edad que abandonaron la escuela y no tienen suficientes créditos, y tratan de lograr que se gradúen.
Aquí, Monaghan da una clase de inglés tradicional, es orientadora académica de 30 estudiantes, y camina entre los estudiantes mientras éstos toman cursos en computadoras para guiarlos, alentarlos y gentilmente empujarlos a hacer más.
“Es lo mejor de ambos mundos”, dice ella. “Los estudiantes se sienten más cómodos cuando piden ayuda. No están preguntando algo frente a otros 20 estudiantes. Uno puede realmente fomentar relaciones”.
El principal Austin Gee dice que se siente muy a gusto con Monaghan en su personal pero que le preocupa la carga de trabajo que ella tiene. La escuela tiene 90 estudiantes. “Este año bajamos de cuatro a tres maestros”, dice él. “El año pasado era más fácil estar pendiente de un estudiante”.
Las escuelas aceleradas, que a nivel de ciudad tienen una matrícula de unos 2,000, son administradas por compañías privadas bajo un contrato con el Distrito Escolar. Varios administradores entrevistados dijeron lo mismo: las reducciones en fondos han dificultado su trabajo, y no saben por cuánto tiempo más podrán mantener la calidad.
“Es difícil, pero no ridículamente”, dice David Bromley, director ejecutivo de la compañía Big Picture Philadelphia, la cual opera El Centro de Estudiantes en Kensington. “Me preocupa agobiar a los maestros. Va a ser difícil retener a la gente”.
Marcus Delgado, CEO de la compañía que opera la Escuela Superior Fairhill Community en Kensington (One Bright Ray), dice que a medida que el Distrito lucha con problemas fuertes de presupuesto, esos problemas también se traspasan a las escuelas aceleradas en forma de estudiantes que no han recibido orientación académica adecuada ni otros servicios.
“Lo que estamos experimentando este año es completamente distinto a cualquier otro año”, dice Delgado. “La salud emocional y mental de nuestros estudiantes ha estado muy, muy mal”.
Los problemas de ira y uso de drogas han empeorado, dice él. “Están viniendo de escuelas en las que no había límites. Esta es la población que siente que va a ser olvidada otra vez”.
El sicoterapista de la escuela está de acuerdo. “Vienen acá bajo estrés”, dice Suzette Hunt. “No han podido hablar con el consejero en la escuela anterior. Nosotros sufrimos la consecuencia de los recortes”.
La asignación de fondos por estudiante en Fairhill fue reducida este año de $10,000 a $8,750 por cada uno, dice Delgado. A la escuela le pidieron que aumentara su matrícula de 327 a 400, lo cual mantuvo el presupuesto general, pero a expensas de aumentar el tamaño de las clases de 25 a 30 estudiantes.
La escuela añadió un maestro pero ya no puede pagar por una enfermera.
“La diferencia es enorme”, dice Delgado. “Tenemos muchos estudiantes con problemas médicos. La mayoría es asma. El número de veces que hemos tenido que llamar a una ambulancia es ridículo”.
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Las escuelas aceleradas fueron esta-blecidas en el 2004 mediante una colaboración entre el Distrito y Project U-Turn, una coalición a nivel de ciudad dedicada a reducir el abandono esco-lar y aumentar la tasa de graduación. Una evaluación externa hecha por Mathematica Policy Research en el 2011 indicó que ellos estaban marcando una diferencia: los estudiantes en las escuelas aceleradas tenían más probabilidad de graduarse que los estudiantes comparables en escuelas tradicionales, aunque el porcentaje todavía era menos del 30 por ciento.
Fairhill sola ha graduado más de 500 estudiantes desde el 2011, dice Delgado, incluyendo a 52 en diciembre.
Sin embargo, hay observadores que dicen que la reducción en la asignacion de fondos ha tenido un impacto negativo. Adicionalmente, el Centro de Reintegración del Distrito (que usualmente es el primer lugar al que un ex-estudiante acude cuando decide regresar a la escuela) se ha visto afectado también.
Justin Green, gerente de programa del centro, dice que han sido reducidos de más de 20 empleados hace cinco años a solamente tres empleados actualmente: él y dos estudiantes universitarios haciendo práctica.
Una de las labores principales del Centro es guiar al estudiante a la escuela más adecuada para él/ella, lo cual es un paso importante cuando se considera la amplia variedad de escuelas en términos de ambiente, estilo de enseñanza y localidad. Hubo un momento en que especialistas del Departamento de Servicios Humanos y de la Oficina de Salud Mental conducían entrevistas de diagnóstico y referían a los estudiantes a servicios sociales. Eso ya no existe. El centro también administraba el sistema de exámenes TABE (Tests of Adult Basic Education), que también era valioso para saber dónde ubicar al estudiante. Ya no.
Ni tampoco cuenta con los fondos para dar seguimiento después de la ubicación.
“Ahora tenemos que usar un enfoque más básico y general”, dice Green, que ha sido sumamente elogiado por su labor en circunstancias difíciles. “Pero no tenemos otra opción. Hay que mantenerse apasionado y comprometido”.
Él dice que el año pasado el centro atendió a unos 2,300 estudiantes, y que por lo menos él pudo entrevistar a cada uno para determinar por qué habían abandonado la escuela y qué necesitaban para regresar.
Los recortes en fondos están llevando a las escuelas a buscar apoyo de afuera. Bromley dice que recientemente pasó dos días con un funcionario de la American Honda Foundation, la cual seleccionó a El Centro como uno de ocho finalistas para una subvención de aproximadamente $50,000. “Eso es suficiente para un empleado más”, dice Bromley, que perdió un orientador académico y un orientador de escuela postsecundaria en los recortes más recientes.
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Dos estudiantes que regresaron y han persistido son Dontey Seong en la escuela Ombudsman South y Luis Lugo en Fairhill. Aunque muchos estudiantes de las escuelas aceleradas llegan con situaciones personales precarias – algunas comunes son embarazo y falta de vivienda – hay un hilo común en casi todas las historias: ninguno obtuvo la atención individual que necesitaba.
“Eran demasiados estudiantes en el salón”, dice Seong (de 18 años), que abandonó la Escuela Superior Furness después de noveno grado. “Aquí recibo ayuda cuando la necesito”. Seong, hijo de inmigrantes de Camboya, dice “Yo quiero ser el primero de mi familia en obtener un diploma” en Estados Unidos.
“Yo quiero eso para ellos”, dice él. “Pero también lo quiero para mí”.
Lugo vino a Fairhill después de abandonar una escuela chárter por internet.
“Uno no se podía mover de su sitio hasta que terminara el día”, dice Lugo, de 17 años. “Uno podía buscar las respuestas en Google. No estaba apren-diendo nada”. (Delgado dice que Lugo es uno de varios estudiantes que abandonaron escuelas por internet.)
Lugo, que quiere ser productor de música al graduarse – probablemente en agosto – dice que encontró que el ambiente en Fairhill era más acogedor que en otras escuelas.
“No hay ‘drama’ aquí”, dice. “Se puede bromear con la gente. Siento que este es mi hogar”.