Cuando escuché sobre la decisión del presidente Joe Biden de detener las solicitudes de asilo en la frontera sur, pensé en los jóvenes que he conocido a lo largo de mi carrera. Muchos de ellos son indocumentados o vienen de familias con estatus migratorio mixto. También me vino a la mente cuando se intenta negarles a los estudiantes indocumentados el derecho a una educación pública gratuita, así como los discursos negativos contra los inmigrantes, muy presentes en las campañas del expresidente Donald Trump.
En los últimos 15 años, he trabajado como profesora, entrenadora, y luego como etnógrafa e investigadora en políticas educativas. Mi objetivo ha sido comprender las experiencias de los estudiantes recién llegados en las escuelas y las comunidades. He hablado con cientos de jóvenes inmigrantes, aprendiendo sobre sus luchas diarias, su esperanza y sus intentos de encontrar un lugar donde pertenecer en los Estados Unidos.
Empecé mi carrera enseñando inglés como segundo idioma en escuelas públicas de Nueva York trabajando tanto con estudiantes inmigrantes como con hijos de inmigrantes. En 2009, me mudé a Chicago para enseñar a estudiantes multilingües y comenzar mis estudios de doctorado de Políticas Educativas.
En Chicago, como en muchas otras escuelas públicas, recibíamos docenas de nuevos estudiantes cada semana, muchos de ellos con un nivel limitado de inglés o que habían vivido experiencias traumáticas, como la separación familiar, o que habían pasado tiempo en centros de detención. Recuerdo que una estudiante me contó cómo su familia fue detenida al cruzar a EE. UU. y cómo vivió los tres días que pasaron en prisión. “Mi mamá pasó los días con mucha hambre “, me dijo. “Yo también, pero me acostumbré a comer las manzanas que nos daban.”
Como muchos educadores, me enfoqué en cubrir las necesidades básicas de mis estudiantes. Llevaba comida a la escuela, acompañaba a los niños al supermercado y les enseñaba frases introductorias para que practiquen su inglés. Recuerdo que un estudiante me dijo: “Tú nos das voz y nos sostienes con tus palabras”, en referencia a mis esfuerzos por traducir para ellos. A pesar de los desafíos, logramos crear un hogar en nuestra aula de ESL (el programa de enseñanza del inglés como segunda lengua para estudiantes inmigrantes). Fui testigo de cómo mis estudiantes adoptaron el sentido de pertenencia, incluso cuando sus vidas estaban llenas de violencia, pobreza y dificultades políticas.
Las escuelas son, para muchos estudiantes inmigrantes y sus familias, el único lugar seguro que tienen. Sin embargo, a lo largo de los años, se han hecho esfuerzos para debilitar el derecho a la educación de estos jóvenes.
La sentencia de 1982, Plyler v. Doe, establece que es inconstitucional negarles la educación debido a su estatus migratorio, según ha dictaminado la Corte Suprema de EE. UU. Sin embargo, a lo largo de los años, este fallo ha sido cuestionado y manipulado por estados, políticos y grupos de expertos en intentos de debilitar la red de seguridad que ofrece la educación. Amenazar estas protecciones pone en riesgo a millones de niños.
Con mi transición de profesora a investigadora y una década de investigación, logré distintos niveles de comprensión y una mayor cercanía al tema. A raíz de esto, considero que debemos redirigir el discurso para poner en el centro las experiencias de los jóvenes, en lugar de poner el foco en la supuesta “crisis” migratoria y la “fuga” de recursos.
En un estudio sobre la discriminación racial y el sentido de pertenencia de los jóvenes indocumentados, observé cómo enfrentaban el discurso hostil de la campaña de 2016. Estos jóvenes lidiaban con el racismo, las amenazas físicas, la separación familiar, la deportación de amigos y familiares, la violencia legal y las desigualdades en cuanto al acceso a la educación. Algunos me compartieron que vivían con miedo de que en cualquier momento los agentes de inmigración podrían “llamar a su puerta”. Me explicaron que sentían que la comunidad y los políticos “no saben qué hacer con ellos” y como “les quitan sus derechos”. Mientras reclutan mano de obra indocumentada para “trabajos que los blancos poderosos no quieren hacer”.
Mientras los medios de comunicación y los candidatos presidenciales hablaban de una “crisis” en la frontera que estaba llena de “hombres malos”, yo escuchaba las historias de migración de algunos jóvenes. Los nombres de los estudiantes en este texto han sido cambiados para proteger su privacidad.
Juan, un estudiante de secundaria, me contó que “sentía el peso del mundo sobre sus hombros por el miedo y la incertidumbre que le generaba su estatus migratorio. Aunque cruzar la frontera fue difícil, Juan soñaba con tener “una educación y una vida mejor” en EE.UU.
Otro caso es el de Pablo, quien intentó llegar a Estados Unidos en cuatro ocasiones, de las cuales tres fracasaron. Pablo, un estudiante de high school que formó parte de mi investigación, fue testigo de cómo un hombre “cayó en un agujero” para escapar de la patrulla fronteriza. Durante su travesía, cruzó el Río Grande a pie, presenció la muerte de un hombre y finalmente fue detenido por oficiales de ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos). Describió una escena particularmente traumática de cuando las autoridades lo encontraron: “Solo miré y no hice nada, no importaba... Permanecí sentado hasta que llegaron los agentes de inmigración. Me arrojaron al suelo y me ataron las piernas y las manos. Después llegué a lo que llamamos las ‘hieleras’, donde inmigración tiene celdas que mantienen frías”.
Serena, otra joven con quien interactué durante un estudio de investigación realizado de 2016 a 2021, migró de Brasil a EE. UU. con su madre, viajando en autobús y a pie. Antes de ser liberada, estuvo en un centro de detención sin comida ni agua. Muchos estudiantes me comentaron que compartir sus historias los hacía sentir mejor. Por eso, comparto los casos y conclusiones de mi investigación, de modo que sirvan de herramienta para educar a los responsables de políticas y a los profesionales, y que puedan brindar un mejor apoyo a estos jóvenes.
Los datos de mi investigación de campo indican que niños de tan solo 11 o 12 años están atravesando difíciles travesías migratorias. Al cruzar la frontera, se encuentran con condiciones extremas en los centros de detención, con largas esperas, mala educación y una gran incertidumbre.
Alejandro, un estudiante de 12 años, compartió conmigo que su familia intentó cruzar la frontera de EE. UU. en múltiples ocasiones sin lograrlo, a menudo yendo a dormir “en algún lugar” y “con hambre.” Ahora que están en los Estados Unidos, él y su familia viven bajo el temor constante de ser deportados. La precariedad de la situación afecta profundamente a estos jóvenes.
La retórica política y los cambios recientes en cuanto a las políticas de asilo parecen ser intentos a calmar a los votantes. Mientras tanto, nuestro sistema de inmigración ha estado roto durante mucho tiempo, y ha habido poca voluntad política para repararlo. Revocar Plyler agravaría la situación al deshacer décadas de jurisprudencia y amenazaría la seguridad de los niños inmigrantes y sus familias.
En mi investigación actual, he realizado encuestas a más de 1.300 estudiantes latinos en dos distritos escolares públicos del Atlántico Medio. Muchos de ellos tienen al menos un padre nacido en el extranjero y otros son recién llegados que hablan idiomas distintos al inglés. He estudiado las diferencias entre estudiantes de high school y middle school, así como las experiencias de pertenencia de aquellos que son blancos y no blancos. Los estudiantes latinos y multirraciales de high school manifestaron una falta de conexión con actividades sociales y relaciones fuera del entorno escolar. Además, descubrí que los estudiantes que hablaban inglés como segundo idioma enfrentaban dificultades para integrarse tanto en la escuela como en actividades extracurriculares.
Los jóvenes inmigrantes siguen sintiéndose ignorados y menospreciados en sus comunidades locales, y lidian con la incertidumbre sobre su estatus migratorio o el de sus padres. En mi investigación, los educadores, incluidos maestros y trabajadores sociales, explicaron que para comprender el impacto de las políticas migratorias es necesario “escuchar sus historias”.
A medida que continúo resaltando los factores que contribuyen al sentido de pertenencia de los estudiantes, me mantengo a la expectativa de que los legisladores, así como también, los distritos escolares incorporen las voces de los jóvenes en sus planes para crear y mantener entornos escolares positivos y seguros. Depende de los educadores desarrollar climas escolares inclusivos que validen culturas, identidades y lenguas; fomentar relaciones de confianza y apoyo entre maestros y estudiantes; proporcionar capacitaciones para todo el personal y educadores que informen acerca del trauma; y promover el liderazgo colectivo para que todos en la escuela colaboren para el beneficio de los estudiantes. Este trabajo es muy importante si se tiene en cuenta que el sentido de pertenencia es esencial para el bienestar de los jóvenes inmigrantes y su movilidad educativa y social.
Traducido por Flavia Melisa Franco
Sophia Rodriguez, Ph.D. (@SoRoPhD), es profesora asociada de estudios de políticas educativas en la Escuela Steinhardt de Cultura, Educación y Desarrollo Humano de la Universidad de Nueva York. Como estudiante universitaria de primera generación e hija de un inmigrante latinoamericano, su experiencia impulsa su trabajo de defensa y su búsqueda de políticas justas para la juventud inmigrante y sus familias. Su investigación explora cómo las asociaciones entre comunidades y escuelas, así como el papel de los educadores, promueven la equidad racial para los jóvenes inmigrantes. Su trabajo ha sido publicado en revistas académicas y en medios como el Washington Post, Education Week y The Conversation.